Los días de abril han traído muchas cosas que no puedo explicar con palabras. Situaciones que se presentan como por “coincidencia”, que parecen mágicas. Mágicas para bien… y mágicas también para eso que llamamos “mal”. Aunque con el tiempo he entendido que no se trata de bueno o malo, sino de experiencias que desde una perspectiva más amplia, nos están guiando hacia nuestra mejor versión.
Yo no creo en las coincidencias. Todo pasa con tanta perfección que, si lográramos salir un momento de nuestra percepción y ver desde arriba —como si nuestra alma pudiera observarlo todo en un gran video— veríamos como todo encaja. Más allá de las palabras, los gestos o las situaciones, hay mensajes que llegan en formas inexplicables.
Como si quisieras llegar a un lugar y olvidaras las llaves para entrar. Y gracias a eso, no pudieras entrar. Tal vez, dentro de ese lugar había algo que podía herirte o hacerte daño. Algún maestro, guía o ángel hizo que olvidaras esas llaves para protegerte. De eso hablo. De esas cosas que no se explican, pero que pasan, y son parte de un plan perfecto que nuestra conciencia superior ya conoce y organiza con sabiduría.
Lo que he comprendido es que no podemos pelear contra ese flujo de energía. No podemos ir en contra de las situaciones, los lugares, las pérdidas. Porque cuanto más resistimos, más duele. Y no es que el dolor haya que evitarlo, pero sí se hace más denso el camino si nos aferramos al YO, a nuestras creencias, a lo que nos dijeron que era seguro.
Por eso, en medio de mis momentos de armonía, abro espacios para ir profundo. No espero a que llegue la crisis. Si estoy en mi fase ovulatoria, con toda mi energía disponible, entonces me entrego a algún ritual: tomo cacao, escribo, escucho música. Me voy a donde duele, a eso que incomoda, que me rechaza… y me abrazo ahí.
Porque no estoy hecha solo de risas y luz. Estoy hecha también de sombra, de contraste, de memorias que duelen, de preguntas sin respuesta. Y es en ese contraste donde habita lo más vivo en mí. En ese dolor se esconde el amor más genuino. Por eso, aceptar lo que viene, al dolor, a las puertas cerradas, a los “no”, también es decirle SÍ a la vida.
Entonces llega este punto donde el bien y el mal se desdibujan. Ya no existen como opuestos, sino como experiencias que nos expanden la conciencia. Habitamos la noche oscura del alma y también el día brillante. Y es que la vida está hecha de eso:
De expansión y contracción.
De movimiento cíclico.
De días para estar afuera, hablar, compartir…
Yotros para recogernos, descansar, sentir.
Cada día muere una parte de nosotras y nace otra. Ahí se encuentra la belleza. No hay que esperar a tenerlo todo para ser felices. De pronto nunca lo tendremos, o de pronto ya lo tenemos y no lo vemos.
Hoy es el momento para elegirnos. Para decir: “estoy bien tal y como soy, con este cuerpo, esta historia, este presente”. Amar lo que hay. Agradecer lo que ya es. Vivir con el corazón abierto, incluso si duele. Porque también en la tristeza hay creación. En la oscuridad, hay semilla. En el silencio, hay fertilidad.
Abril ha sido un mes muy especial para mí. El mes de mi cumpleaños, el mes de mucha valentía, muchas decisiones. El mes donde me he elegido. He elegido mi bienestar, mi tranquilidad, el amor por mí misma. Y eso, aunque no ha sido fácil, ha traído recompensas. Tesoros. Y una certeza profunda: que estoy caminando el camino que es. Con todo lo que eso implica.
Ánimo hermana, estoy aquí para acompañarte desde el corazón.
Gracias por estar aquí. Gracias por leerme.
<3
Con amor,
Diana Leets :)